18 jul 2020

Proporcionalidad


He decidido escribirte después de un largo silencio, año y medio. Lo sé, había prometido hacerlo con mas frecuencia, no tengo disculpa, pero has de saber que he estado ocupado en la estrepitosa censura que Jhon ha provocado, en un arrebato. La vida como siempre y es de esperar, dándonos sorpresas, como decían Rubén Blades y Willie Colón, exactamente. Ya estoy recibiendo los envites de la educación social ante las identidades sexuales. Omar del alma mía, vas a hombros de gigantescas personas, que descubrieron y diseñaron cosas maravillosas. Nuestro ego puede estar sobrevalorado. No somos gran cosa. Y no sé qué hacer cuando estos simios quieren hacer moral lo inmoral, e inmoral su viceversa, porque les conviene a sus necesidades personales, te dan ganas de vajarte del planeta, de parar el mundo dijo Mafalda. Y también dijo Carlos Castaneda lo de detener el mundo, aunque para otra cosa. Pero se podrá parar el mundo, detenerlo todo. Cesar en el empeño, un satory epifánico y quieto. Cada quien construye su paraíso. Inflamados de importancia personal moramos en el mismo planeta, mismo espacio tiempo.
Y la pandemia nos ha hecho pensar en muchas cosas, cada cual tuvo sus obsesiones, algunas mas o menos transitorias. La fragilidad de la vida. Yo en esto confieso haber pensado. La muerte macabra y máxinma señora de la vida. La que acecha y de repente, tú sin esperarlo, porque eres muy joven, o porque estás muy sano y ya eres muy mayor, pero conduces muy bien, pero de pronto el destino te alcanza. Dejas a tus hijas e hijos tirados en el río de la vida y te vas. Así, brutalmente te detienes, entre asombrado y acojonada a entregarlo todo, a morir. Así de cortarrollos. Sin calmantes. Pero por qué yo. No puedo aún irme porque no acabé no sé qué cosa. Dejas algún pendiente. Entonces valoras y piensas. Pero qué cojones me pasa, cuánto importé yo a nadie mas que a mí mismo? El concierto triste de esta época. Nadie puede tomar conciencia de que la importancia personal, esa creencia de valor que tenemos de nuestra propia persona, es imposible de desmontar, sin aprender antes el arte de la proporcionalidad. Qué valemos como individuos, y qué valemos como personas. Comprendiendo lo qué somos y lo qué es lo demás, lo que nos rodea. Es el mar social en el que nadamos, donde compartimos el poco mundo que ha descubierto la raza humana. Somos minúsculas entidades al servicio de una colectividad que nos ha contado cosas maravillosas y ocultas para los ojos, cuya matemática parece esotérica e inalcanzable. Estimar la proporción, comparar tamaños, y aceptar el resultado, sabiendo que no somos imprescindibles, nada mas que para nosotros mismos. Cuánto valemos contando a nuestra descendencia, biológica y cultural, la huella que dejamos en esta tierra. Sin prenderse fuego e instalarse en la derrota, y establecida esa proporcionalidad, ahora ser felices desde la insignificancia, porque compartimos algo muy grande.
Este pueblo no se merece a la derecha local, la que debería de recibir algún nombre que describiera esa manera distante, clasista y racista. Lo tenía todo. Era infame, porque era hipócrita, llamaba coreanas a las personas que venían de León, de Arija o de Andalucía. Eran de España, fingía despreciarlas pero les sacaba partido. No se les quería reconocer. Los otros no tenían un rostro propio eran como animales. Ni la nacionalidad, que es tan solidaria ayudó a la cercanía, eso de ser español, español, requería matices. La alta burguesía avilesina y las fuerzas del ultracatolicismo, con menos poder económico eso es cierto, pero con peor mala leche, hablaron mucho de esto. Aún se habla. Entonces como ahora ambas se atrincheraron en la riqueza. Esto es mío, y esto no se toca. Los maxilares armados con los caninos, se tensaron con la fuerza de aquellos músculos que aseguraron la carne de la presa. Se regodearon en sus fortunas personales, mientras mantenían un halo de exclusividad, discutiendo como los miembros de un selecto grupo de clase alta. Pero con el tiempo, relajan la guardia, y algo los distrae y entonces se les puede sorprender.
En Avilés con el tiempo dejaron hacer a las familias nuevas que llegaban, porque no les quedaba de otra. La pujanza de alguna de éstas, era públicamente notable era sabida por la sociedad en general. Las muestras de enriquecimiento no se escondían. Era un desfile de pavos reales. Pronto tomaron su cuota de poder las familias de los inmigrantes nacionales, los coreanos recién llegados a una ciudad desbordada por un crecimiento incontrolable. Toda aquella población quería vivir, trabajar y ser de Avilés. De sus necesidades, ropa, comida, casa, educación, ocio e impuestos se encargaba el trabajo. El trabajo era el mecanismo mediante el cual podíamos convertir nuestra fuerza, nuestra vida dedicada a las actividades productivas.
Los recién llegados a Avilés, eran el campo de las oportunidades para la clase media avilesina, y no dudaron en enriquecerse con la creciente población de coreanos que aterrizó trás de la promesa de trabajar en Ensidesa.
Mi vida fue larga, es imposible negarlo. Larga en experiencias, en querencias y en quebrantos. La historia de esta ciudad está marcada en mi pupila. Es la mirada de un niño que vió a la draga Pas navegando por la ría hasta su mitad y empezar a sacar cangilones de lodos, cucharadas de memoria orgánica depositada en los sedimentos de una ría que lo vió todo. Nuestra llegada, los primeros asentamientos. Y a Antonia. Atona llegó de Andalucía, enamorada perdida de su novio “frasquito”. Y Atona fue la primer palabra que yo dije cuando aprendí a hablar. Porque ella era la luz de mi infancia, mi alegría. Atona era de un país donde los hombres podían bailar y nadie los llamaba maricones, aunque entonces había pocas diferencias en la homofobia nacional.Allí en Andalucia, los hombres que bailaban no eran todos maricones, solamente algunos, como en todo en esta vida. La mirada de un muchacho que empezó a crecer entre las chimeneas y los negocios, no es reflexiva. Ahora sí, ahora veo que todo mi destino se enlazaba en torno a la actividad productiva. La panadería familiar, donde trabajaban mi padre, mis tíos, mi abuelo Gonzalo y a veces mi abuela Concha, incluso mi madre, Marí la candina. Aquella panadería se llamaba la Espiga y tenía la fama de ser la que mejor sabor lograba en el pan. Aquello cambió cuando varios panaderos se unieron y formaron una enorme panificadora llamada Panavisa y que producía muchísimo pan, luego quebró y mi madre trabajó en un pequeña tienda de barrio. En la que vendió además de pan, un poco de todo. Fue después de morir papa, acabé el último año de secundaria, entonces se llamaba Curso de Orientación Universitaria y empecé a trabajar porque estudiar no era posible con la pensión de viudadedad de mi madre. Cuándo mi padre murió, yo tenía 17 años. Cuando empecé a trabajar ya tenía 18 años, hice de todo, primero fuí auxiliar administrativo en una empresa de montajes y reparaciones industriales, fui vendedor de humo, de inversiones que se sujetaban con la bolsa mágica de las palabras vacías de contenido. Fuí joven, bailé toda la noche y amé con la misma intensidad, no escatimé esfuerzos para abrazar y ser amado. En esta ciudad, en sus discotecas, en sus bares de juventud, hurgando genitales y aventuras. Trabajé en un banco, y fuí previsible, pero el caos me detuvo y desaparecí una noche de besos, porros de hachis y alcohol de noventa grados. Lo previsible tenía poco misterio y yo empezaba a sospechar que además de esta realidad, existía otra aparte. Mi destino era extraño, tenía un recorrido sinuoso, empezaba a parecer él de un gatsby con pocas luces y mucho deseo de por medio. La pasión y mucha infancia y adolescencia reprimida, tenían que salir por alguna parte. El sexo fue un mundo de misterios, miserias y placeres y transformaciones. Pero algo pasó, que no sé si fue poco a poco o de repente, ya hace mucho que pasó. Pero el dinero dejó de atraerme, o esos excesos que había que desarrollar, me parecían insuficientes para comprometer mi alma en esa aventura. No hace falta una conseguir una pequeña fortuna para ser feliz, sólo hace falta ser consciente de la ínfima fortuna que poseemos. Con mas preguntas que certezas me encontré con México en 1979.
Aquella ciudad es Roma. La ciudad de México en el valle del Anahuac, posee una luz esplendorosa y radiante. Su luz atrajo a los aztecas, antes a los toltecas, luego a los españoles, a los franceses, a los norteamericanos. Cuando posas tu mirada en sus atmósferas ves la luz goteando en las nopaleras, pero al principio yo fui un viajero de ciudad. Sus colonias me acojieron por habitaciones y azoteas. Primero la Cuahutemoc, luego la Polanco, luego la Hipódromo Condesa, luego la Narvarte, y después Tepoztlan. Salí de la ciudad poco después del terremoto del 85. Nos pasó cerca, pero dejó cicatrices en otras colonías. Llevaba unos cinco años en la ciudad y había viajado por la república.

A pesar de que en 1979 Asturias ya tenía en el maíz la tercer explotación agrícola, nada con lo que ví allí. En las tierras empinadas de Milpa Alta, el maíz deslumbra desde las milpas mas hermosas que yo jamas había observado en Asturias.
Yo había nacido en otra ciudad tan diferente, la llamaban la Átenas del Cantábrico, ni más ni menos, así llamaban a mi ciudad. Una perdida de proporcionalidad enorme. Pero como siempre la mediocridad tuvo amplificador. Y sus exageraciones, sus pedanterías, que no eran mas que actos de vanidad y egolatría, poco a poco pasaron a la historia. Se documentaron, y ya se sabe que lo que se documenta no se olvida, y ante la ausencia de otras versiones, se consagró como el relato hegemónico patriarcal.

Proporcionalidad

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