LA SIRENITA VARADA
Cuando
Cachito era pequeño se hizo amigo de una sirenita. Era una sirenita muy
simpática y parlanchina que tenía la cola más brillante, larga
hermosa que Cachito había visto nunca. Vino en una caja con algas y
peces de colores, tenía de compañeros a una tortuga caribeña
sonriente y un pez nemo de los corales travieso e inquieto. En la
caja también había un peine para desenredar su larga cabellera.
Cachito y la sirena pronto se hicieron inseparables. Se bañaban
juntos y cuando la mano de Cachito cogía la de su amiga, la sirenita
agitaba su cola y se movía veloz por el agua de la bañera dejando
detrás una estela blanca de burbujas que relucían con los colores
del arco iris. Dormían juntos, comían juntos y jugaban siempre que
podían. Cuando Cachito tenía que ir a la escuela, entonces escondía
a la sirena en su mochila y así esta lo acompañaba callada en la
oscuridad. Al salir de la escuela volvían a estar juntos y a jugar.
La sirena le hablaba en el idioma de las algas y las olas, y le
contaba historias fantásticas sobre las playas de arena blanca que
nadie había pisado nunca, sólo los piratas que enterraban allí sus
tesoros, lejos de las miradas curiosas. También le cantaba las
canciones que las sirenas entonan al atardecer, cuando el mar se tiñe
de naranja y las caracolas, que guardan los sonidos de todos los
mares del mundo, hacían los coros. Como en la bañera no había
caracolas, entonces Cachito hacía el ruido de las olas e imitaba el
viento soplando sobre los arrecifes, para que la sirena se sintiera
como en el mar. Cachito y la sirena no se cansaban de estar juntos,
ella contando cuentos del mar, historias de corsarios y de monstruos
horribles que habitan en las profundidades. Crecieron juntos, pero
los dos sabían que llegaría un día en que la sirena tendría que
irse. Retrasaban el momento de despedirse y los dos intentaban
olvidarse de la separación, pero la sirenita sabía que ese día se
estaba acercando. Pero cuando intentaba decírselo a Cachito este la
distraía con un nuevo juego, o le pedía que le contara un cuento y
ella no lo quería contrariar.
-
Sirenita, sirenita, cuéntame el cuento del pulpo gigante y de la
ostra perezosa.
Y
la sirenita lo complacía.
-
Había una vez un gigantesco pulpo. Oscuro como una tormenta, cuyos
tentáculos eran más largos que mi cola. Este pulpo malvado se comía
todas las ostras del mar, porque tenía un truco infalible para
engañarlas. Y por eso todos los habitantes del arrecife le temían.
El pulpo era muy listo y descubrió que las ostras de aquel arrecife
eran muy presumidas. Cuando alguien les tocaba la vanidad y les decía
algo halagador. Como, “que bonita perla guardas en tu interior”,
entonces ellas incapaces de contenerse se abrían. Como esto era
sabido por el pulpo, se aprovechaba de la vanidad de las ostras para
comérselas. Pero había una concha que no era como las demás. Todas
las demás conchas la llamaban la perezosa, porque creían que
aquella ostra era muy vaga, porque no se apresuraba a abrir su concha
como las demás al escuchar un halago. Las demás ostras la
criticaban, incluso en su presencia algunas la insultaban y la
llamaban perezosa, pero ninguna sabía que en su interior la perla
perezona guardaba la perla más perfecta de todas. Ella era
reservada y discreta y no se sentía superior a ninguna otra, y esa
era la hermosa perla que guardaba en su interior. No le gustaba
enseñársela a los desconocidos. Las demás ostras se reían de ella
y la despreciaban.
Cuentan
que un día el pulpo estaba muy hambriento y al salir de su cueva se
encontró con la ostra perezosa.
El
pulpo tocó fuertemente con la cáscara y grito con su voz ronca de
pulpo.
-
Ábrete ostrita, que soy el cartero y te traigo un paquete. Pero la
ostra que era muy, pero muy desconfiada. Le contestó desde adentro
de su concha.
-
Déjalo ahí afuera, que cuando me levante lo recogeré. Pero el
pulpo no se rindió.
-
Es un paquete muy valioso y tengo miedo de que lo roben, abre la
concha y te lo entrego preciosa.
-
¿Cómo sabes que soy preciosa, si nunca me has visto?
-
La fama de tu belleza corre por todo el arrecife. Abre ya ostra.
-
Mejor ven más tarde que estoy descansando. Dijo la ostra perezosa.
Entonces
el pulpo decidió usar otra estrategia para engañar a la ostra y le
dijo.
-
Dicen que eres la ostra más simpática de todo el arrecife y que
guardas una perla hemosísima, que me encantaría ver.
-
Pues será otro día porque ahora no tengo ganas.
-
Pero es que no quieres participar en el concurso de la perla más
hermosa del arrecife. Hay mucho premios y puedes ganar. Abre y así
puedo verla, yo soy del jurado. Es una pena que una perla tan hermosa
no la compartas con todos y podamos disfrutar de su belleza.
Y
la ostra que no era perezosa, sino que era muy lista, se dió cuenta
de que había demasiada insistencia y halago de alguien, que ni
conocía, ni quería conocer, y le contestó.
-
Mi perla es hermosa, pero sólo es valiosa para mí, ningún precio
tiene para los que no la conocen. Y prefiero quedarme sin ese premio,
si para concursar tengo que salir de mi cama y abrir mi concha a un
extraño, que primero dijo que era cartero y luego jurado de un
concurso de belleza.
-
Te arrepentirás de no participar en el concurso, y luego dirás por
qué no le abrí.
-
Y si abro tu dirás, ostra comí, pero será a otra tonta, pero no a
mí.
Y
el pulpo al verse descubierto se fue enfurecido y hambriento, echando
chorros de agua oscura y agitando sus ocho tentáculos, buscando a
otra concha que se creyera sus embustes y engaños.
-Ocho
tentáculos tiene un pulpo Cachito.
-
Ocho sirenita. Contestó su amigo.
Así
pasaban los días, jugando, nadando y contando cuentos del mar y sus
criaturas. Cachito fue creciendo y creciendo, mientras la sirenita se
fue convirtiendo poco a poco en una muñeca de plástico, su cola de
trapo dejó de brillar y su voz cantarina se fue transformando en un
murmullo que iba apagando poco a poco. Y su amigo Cachito parecía
que empezaba a darse cuenta.
-
Sirenita, grita más, apenas te oigo.
-
No puedo Cachito.
-
Por qué no puedes sirenita.
-Por
que estoy varada y me he quedado seca. Hace mucho que no voy a
visitar las playas lejanas de arenas blancas, donde los piratas
desembarcaban sus cofres cargados de perlas de Oriente y de
esmeraldas de Brasil, ya casi no acuerdo del idioma de los peces, se
me está olvidando la danza de las algas y la música de las
caracolas. Soy una sirenita varada.
-
Y qué es una sirenita varada.
-
Cachito estoy dejando de ser una fantasía y me estoy convirtiendo en
un juguete viejo, eso es una sirenita varada. No ves que ya no puedo
nadar, que mi piel mojada es de plástico, que no soy más que un
juguete ajado, y tú amigo mío estás dejando de ser un niño.
-
No me digas eso sirenita. Yo no quiero ser grande y dejar de ser tu
amigo, tu no eres de plástico eres de verdad.
-
Claro que soy de verdad, pero porque estoy dentro de tu mente, vivo
en tu fantasía y eso es de verdad.
-Aunque
nadie mas que tú y yo lo sepamos, sirenita.
-
Si Cachito, las cosas de verdad no siempre se tocan, se ven o se
escuchan, a veces las cosas de verdad, sólo se sienten aquí dentro
en tu corazón y en tu mente.
-
Pero entonces ya no jugaremos juntos en la bañera, y no me contarás
esas historias de los caballitos de mar que se enamoran, ni me
cantaras las canciones del fondo del mar.
-
Dentro de ti están todas las historias que yo te conté, todos esas
playas de arenas blancas, toda la música de la caracola que te canté
está dormida en tu memoria. Siempre estaremos juntos cuando lo
recuerdes.
-
Qué haré yo sin ti.
-
Cuando seas un hombre Cachito y los demás vean una vieja muñeca de
plástica descosida y fea. Tú me recordarás como una sirena de
colores brillantes, que surcaba nadando los mares del sur mientras
cantaba las canciones de las caracolas.
-
¿De verdad sirenita?
Y
así fue, Cachito creció y un día dejó en una cajón de cartón a
la muñeca de plástico con cola de trapo, pero en su corazón guardó
todos los tesoros que la sirenita le había enseñado.
Y
cuando ya no se llamaba Cachito, sino Omar y era un hombre, algunos
días cuando se acercaba a la orilla del mar, entre el fragor de las
olas, escuchaba las canciones que la sirenita le había cantado.
Cuando se bañaba sentía en los pies el leve roce de una aletas que
lo acariciaban.
Y
nunca olvidó el cuento de la ostra perezosa, siempre se le contaba a
sus hijos mientras los bañaba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario