25 dic 2014

Christophe Bouvier existe, yo lo conocí en México en 1985, enseguida chocamos. Me lo presentó Joaquín Astorga, dueño de un rostro propio y de un corazón puro, esto sólo lo entenderán los mexicanos cultos en la filosofía nahuatl, pero a los extraños les sonará al menos poético. La amistad con  Christophe Bouvier, parecía que iba a tener mucho recorrido, pero lo tuvo. En los primeros treinta segundos, el español aquí presente había desenvainado la tizona frente al gabacho. Chistophe era un joven técnico de la agencia  FAO ya sabéis todo eso de la agricultura, la pesca y la alimentación, acababa de ser destinado a México. Venía nuevo pero con una larga experiencia de campo en China y Brasil, en donde empezó de becario, con un plan francés de trabajo en prácticas. Buscaba un apartamento y había encontrado el anuncio del apartamento del padrino, Joaquín Astorga, hijo del General Astorga, el militar revolucionario que pasó por la academia y estudión logística, estrategia, balística y todas esas cosas. A Joaquín, que es una perfecto hombre del siglo XXI, el gabacho le cayó bien, era simpático y hablaba francés y por eso creyó conveniente que lo conociésemos. Nosotros éramos sus amigos, dos chiflados guionistas independientes de la televisión pública, que por suerte teníamos un jefe encantador, el poeta Eduardo Lizalde, y que nos dejaba seguir estando locos. Mi pareja de entonces era la poeta  Gabriela Monroy, nieta de otro revolucionario general, precisamente enfrentado con el abuelo de  Joaquín el general Maycotte. A pesar de tanto ADN militar en el linaje de Joaquín, corría más sangre revolucionaria que castrense. Joaquín hablaba francés a la perfección, era traductor de ese idioma al español y es un buen jugador de ajedrez. La verdad es que Joaquín y Christophe llegaron en mal momento. Recuerdo que estaba que me llevaba la chingada. Un cuarta corrección al guión de un programa titulado "México a través de los libros", una segunda a un programa de difusión científica llamado "Principia, la aventura" de difusión científica y una sexta de otro con Juan José Arreola como conductor, llamado "Aproximaciones", más una investigación para la Fundación Televisa, sobre el desarrollo del pensamiento del niño. Para poner en contexto mi enfado, os quiero recordar en 1986,  no había ordenadores en todas las casas. No los había en casi ninguna. Mi compañera y yo nos compramos una Olivetti que apenas podía grabar en su memoría 15 líneas, si 15 líneas. Cada vez que alguno de los directores, productores o editores de contenidos de gobierno le metía mano a un guión, el documento nos llegaba lleno de tachones. La mayoría eran modificaciones intrascendentes, pero que el ego de algunos funcionarios esos pequeños matices bastaban. Ni que decir tengo, que cambiar cuna sóla palabra de la página uno, implicaba volver a escribir todo el guión. Me encanta escribir a mano y con el ordenador, pero siempre odié las máquinas de escribir y sus puñeteros correctores de líquidos y parches blancos. Invité a mis visitantes a un café y cuando me preguntaron por mi trabajo, yo les dije que estaban saliendo a la venta unos aparatos llamados ordenadores, con memorías incereíbes, capaces de guardar un guión entero y poder hacer todas correcciones posibles sin tener que mecanogracfiar de nuevo. Christophe entonces no sabía mucho de los ordenadores y tenía una visión neófita. Entre su mal portuñol, como el llamaba a la jerga que llegó hablando a México, entró en la conversación diciendome que los riodenadores no arrglarían nada, porque los problemas de la comunicación de los seres humanos no mejorarían por usar ordenadores. Recuerdo que me puse en defensa inmediata del progreso, con tal vehemencia que Chistophe no insistió en su tesis. Luego vino el terremoto. La ciudad se destruyó, nuestros amigos se desperdigaron y muchos salimos huyendo del olor a muerte. Joaquín y nosotros nos trasladamos a Tepoztlan, un pueblo precioso, en plena tierra del zapatismo, junto a Cuernavaca, a 70 km del DF. Desde allí podríamos acudir a las reuniones de trabajo, a entregar guiones, a cobrar, aunque no todo se desarrolló como pensábamos, cancelaron programas, hubo recortes, nos quedamos sin trabajo. Sólo nos quedaba la iniciativa privada. Yo tenía una relación laboral con una de las productoras más potente de la ciudad, "Mundo Audiovisual", pero si nos parecía muchos los cambios en lo público, en el mundo de las empresas los textos pasaban por m´ñas manos y opiniones todavía. La Olivetti echaba humo todo día. Yo que nunca pude escribir con más de cuatro o seis dedos, estaba desesperado. Entoces Chistophe nos empezaba a visitar asiduamente, los fines de semana los iba a pasar con su casero de la ciudad, que ahora vivía en el campo. Ya acabado el debate sobre si la tecnología de los ordenadores facilitarían la vida de los guionistas, Christophe se convierte en nuestro amigo. Un buen amigo, con un corazón generoso y transparente. Al poco de llegar a vivir a Tepoztlan , otra traductora amiga de Joaquín se trasladó a la casa de al lado. Susana, venía hecha polvo, la mujer se quedó atrapada durante horas en su piso de Tlatelolco,  una de las zonas peor tratadas por el terremoto.  Apenas nos habíamos tratado. Aquel día yo estaba preparando el biberón a mi hijo Alvar cuando llamaron a la puerta. Era Susana, fue escueta y precisa. - ¿Quieres un ordenador?. Había que responder rápido y afirmativamente aunque luego hubiera cláusulas y letra pequeña, pero no las hubo. Susana me regaló un ordenador, que nos ayudó a sobrevivir en un momento muy duro y difícil. Era una Crommenco C-10 con pantalla de fosforo tan excitado, como lo estaba yo con mis dos flopis de 5,1/4. En uno corría el programa, que se llama WordStar y en el otro grabamos los guiones. Nos costó hacernos con el programa. Pero aquel ordenador sacó adelante el alquiler, la comida y los colegios de mis tres hijos.  Bueno y cómo llegamos al cuento. Pués un día llegó el cumpleaños de Christophe Bouvier, quien por cierto era primo de Jacqueline Bouvier, la que luego fue Jacquelin Kénedy y luego Jacqueline Onasis. Cuando esto pasó no teníamos un peso, ni para regalos, ni para pagar el alquiler. Christophe había traído vinos de Francia, quesos, viandas exquisitas que unos parados no podrían soñar en pagar nunca. Entonces le escribí este cuento. Y es un cuento que se construyó con  un podo de todos aquellos amigos generosos y entrañables. Se escribió con el ordenador de Susana, se logró traducir al francés gracias a Joaquín y se inspiró en la generosidad de un gran amigo al que nunca olvidaremos Christophe Bouvier, que siguió dando muestras de ser una gran persona. No sé de Christophe desde años, nos hemos perdido en sus múltiples viajes, y en los míos. Ahora ya no está en la FAO, creo que es funcionario de la UE, pero esté donde esté sé que en la "Dupla" de su corazón nos recuerda y aprecia con cariño. Por eso quiero volver a publicar este cuento. El día del cumpleaños de Christophe le entregamos el cuento, en una caja con unos rodillos y un montaje de moviola manual, en la que el cuento con ilustraciones pasaba por la ventana de casa, situada en una calle parisina donde había vivido Christophe. Al poco tiempo se celebró en México un concurso de cuentos organizado por el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, y presenté la Subasta a concurso y ganó. Se publico en el número 3 de la revista ya desaparecida "Park&Read" del departamento de español de la Universidad de Duesseldorf  y luego se publicó en buscador de cuentos. La gratitud a Chistophe es un valor que espero seguir cultivando con mis amias y amigos, ojalá Christophe y yo, volvamos a saber el uno el otro. Ya no sé cuantos años cumplirás, seguro que alguno menos que yo.  Feliz cumpleaños Christophe Bouvier.

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