2 abr 2009

Octava carta

MATERIAL DE DESHECHO PARA UN POEMARIO


Al final del día
cuando la casa duerme
una paz esponjosa,
suavemente se posa
en sus párpados de lirio
cansados de velar
Los niños amansados
como riachuelos
se mecen en las aguas tranquilas
del mar del ensoñar.

Al final del día,
es cuando yo la espero
cuando podría ser más mía,
aunque no lo será del todo nunca

Al final del día,
quedamos solos,
ella, el perro y yo.
Entonces toma una taza de café
con su mano de mujer
guante de cicatrices
y bebe a pequeños sorbos
y yo la miro cansada
pero nunca rota
luego lía un cigarro
intentando escuchar
un rumor de pasos
que sólo ella oye
porque la casa rumia silencios
y yo intento disuadirla
sin ser convincente
para que deje de fumar
por sus tres luceros
por ella, por todos
la taza reposa en la palma
de su mano desnuda
que la acaricia
sin más matices que sus dedos
fuertes y escurridizos,
ella suspira sin más cargas simbólicas
clara, directa, sin gravedades,
sin más intencionalidades
que expresar su ser,
más allá de las sutiles fronteras de su piel
y yo como los jugadores de poker
pago por ver, sin más propósito
que estar donde ella está
y ella dice, sin concrecciones,
¿Estás satisfecho, con lo que tienes?
Y yo bajo la mirada y le digo que sí
Al final del día ella está a mi lado
y aunque juntos, no somos nada
para mi su presencia es bastante
Amarla así es fácil,
no hay nada que nos ate,
ni el recuerdo apasionado
ni tenemos álbum de fotos de sudores y de abrazos
sólo somos dos amigos encontrados ante el vacío y la nada
Lo difícil es amarla cuando vuela
por los cielos infinitos de la noche,
cuando se agota en si misma, en el derroche
incontenible de su libre albedrío,
con la esperanza de quien espera
algún día encontrarse con su propia quimera
Amarla entonces es suicida,
pero es la muerte dulce de quien se entrega
a un amor más grande que la vida
Hembra salvaje, sin ganas de ser domada
galopa por el laberinto del yo y lo mío,
sin equipaje, con su ansia de libertad
y su brújula de
Mujer ermitaña y peregrina
que huyes despavorida
ante cualquier promesa
con visos de futuro compartido.
Nunca la he amado con mi piel,
no sé como sabrá el sudor
de su cuerpo en mi boca,
y temo el contacto de sus labios
como a un hierro ardiente,
evito el descalabro incandescente
de su beso de fiebre que dejaría en mi
huella indeleble, y sería consciente
de que aquel beso era una antigua letanía
de los que no aman y no olvidan
el dulce recuerdo de un ominoso beso.
Es imposible olvidarla,
pero es necesario dejarla ir,
sin matices, sin redes, sin trucos,
sin seducciones, sin rescate
como la arena se escurre entre los dedos,
como viento atraviesa las ramas del bosque
y se pierde en las altas montañas.

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