17 jun 2009

Vigésimo Octava

Aquella noche ya casi era el alba
y ella subió en mi potro desbocado
sin que yo pudiera acotarla
se alzó la mujer de mis días
la de la piel toda blanca
con pechos de guirnaldas
temblor de tocinillo de cielo
agitando brochazos naranjas
con las flamas de su cabello
en el tercipelo de su habitación
y al compás de su grupa soberbia
con el ritmo de sus nalgas nacaradas
me deje montar y me entregué
mientras miro sus ojos de gata encendidos
arañando la penumbra con sus sentidos
esmeraldas de fuego que abrasan
y el sabor dulce de sus botones
que en mi boca habitan dulces y húmedos
para siempre súbdito de sus senos
y esa sonrisa mientras me cabalga
y esas sortijas de su pelo de fuego
que en mi lengua suavemente se enroscan
y mi simiente latiendo en su vientre
y yo, allí debajo entre sus piernas engarzado
sin mas destino que complacerla
sin mas trascendencia que penetrarla
a la que no me desea
a la que no me necesita
a la que duerme con amantes transitorios
pero la que ahora es mía
la que me cabalga
con todas las células encendidas
de todas sus vísceras despiertas
de todos sus rió internos desbordados
Afuera empieza a reinar el alba
y los pájaros canoros
encienden la risa de un despertar
los primeros ruidos del mundo
anunciando que no estamos sólos
y mi yegua fina llega a su remanso
y de pronto, el estar es una eternidad
y el mundo parece detenerse
y la prisa se duerme
y el dolor se aleja
y suena la música interna
que bailan las células
y su respirar agitado llena los aíres
y mis suspiros son un estruendo
en su boca bella
y de pronto algo se acerca,
aquello lo innombrable
lo que llega y trasmuta lo vano en sublime
aquello que parece un terremoto
aquello que no tiene límites
porque no hay palabras suficientes
para nombrar el abismo que se abre,
desde del centro de su vientre
desde donde siento latir sus entrañas
con un vacío lleno de todo,
con un remolino de caricias
del que vengo y al que voy
sin pensar en consecuencias
en el me entrego y pierdo
toda mi conciencia
y ya no sé, si soy yo
o soy ella
Desear, no desear
amar, no amar
la mente, lamentable y mentirosa
para no enloquecer, inventa
y crea campos semánticos
donde plantar las patatas
para no dejar crecer las flores
de este orgasmo plenipotenciario
la mente, esa gran cobarde,
la justificatriz de los peores crímenes intelectuales
Se relame disecando,
acomodando todo
dejando sin sentido lo sentido
desdiciendo en palabras
lo dicho en suspiros
Aquella noche ya casi era el alba
y ella subió en mi potro desbocado
se alzó la mujer de mis días
y luego me expulsó de su lecho...
para siempre...

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