4 jul 2009

SOMBRA MÍA

Decimaprimera luna en Nunca Jamás, sin ti.

Han pasado demasiadas lunas desde que te fuiste. Como todas las noches, hoy he salido a buscarte, he recorrido todos nuestros territorios, los senderos secretos de la selva tapizados con las flores de las magnolias, por donde anduvimos juntos, presurosos y alegres detrás de las brisas de mayo. También he buscado tu presencia entre la penumbra de los sauces del bosque azul y en las arenas doradas de las playas del Este, todo sin éxito, no te hallé. He dejado a los muchachos en torno a la hoguera, estaban contando historias de piratas, como siempre. Ando absorto y cabizbajo en mi soledad. Los demás empiezan a murmurar a mi paso, lo sé y me doy cuenta que estoy perdiendo el liderazgo. Ayer, después de cenar, escuché que uno de ellos cuchicheaba, que yo no era ni la sombra de mí mismo, que ironía. Les pregunté a las sirenas, a las hadas que viven entre las acacias que crecen junto a la colina, donde suelen posarse al atardecer las guacamayas irisadas, y a mis amigos los indios, todo fue en vano, nadie te ha visto pasar. Desde que te fuiste, ya no encuentro nunca el cauce de mis ríos. Sé que decir nunca es una exageración prolongada, lo sé, pero es que estoy perdiendo la cordura, que jamás tuve y exagero a la menor provocación de tu recuerdo. En mi demencia desproporcionada pensaba que eras parte de mí, de mi propiedad, inseparable, que eras un atributo de mi persona y eso me hizo olvidar tu misteriosa identidad individual, tu sutil presencia. En realidad yo no sabía, ni siquiera sospechaba que tenías decisiones propias. ¡Imagínate! Ahora ya aprendí que eres capaz de separarte de mi cuerpo y alejarte, sin que yo sepa a dónde. Pero que te hayas ido, también lo he provocado yo, con mi actitud. Sé que soy raro y que a veces suelo olvidarme de las personas y de las cosas que me rodean, me gusta demasiado vivir cada día la aventura de involucrarme sólo con lo esencial. Me gusta volar con la imaginación, no tener límites, porque no hay ataduras en el cielo de los que jugamos a que nuestra sombra nos escucha. Pero entre juegos y juegos, un día sucedió lo irreparable y te fuiste.
Recuerdo aquella tarde intensa y nuestra en la cueva marina, cuando mis percepciones se llenaron de tu forma y tu silueta saltarina corrió junto a mí, deslizándose a mi paso por las algas y las piedras mojadas. Corrías veloz a mi vera, pegada y unida a mí, indisoluble. Aquella fue la una tarde de confesiones salinas y de escondites en las oquedades de los acantilados. ¿Recuerdas? Luego fuimos a danzar en un claro del bosque rodeados de jacarandas. Nuestros pies surcaban la alfombra malva. Yo estaba feliz y giraba en el aire, gritando a todo pulmón nuestra alegría. A nuestro alrededor se alzó un torbellino de flores que nos embriagó con un aroma hipnótico. El sol cubrió nuestro lecho de atardecer y tú te acurrucaste a mi lado. Soñé que me iba sólo a tocar la luna y que te dejaba en tierra para ir más rápido. Cuando desperté en la obscuridad, tú ya no estabas a mi lado, te busqué durante toda noche, desde entonces no he vuelto a verte. Al principio no tener sombra fue para mí un alivio, me sentí más libre y pero ahora me he dado cuenta de que contigo he perdido demasiadas cosas. Andar por ahí brincando de rama en rama, me ha hecho descuidado y perdedizo. ¡Que ironía que me suceda esto a mí, a un chico perdido! Te acuerdas que me encantaba sentarme en los acantilados al anochecer, y sacrificar al olvido todas las cosas cotidianas que no me habían conmovido aquel día, y arrojaba una piedra al mar por cada una de ellas. Me gusta desprenderme de todo y desnudarme ante el holocausto inflamado y naranja del atardecer, sólo frente al mar, dejando atrás, antes de cada sueño, aquello no servía al propósito absoluto de lo esencial. Sabía que al día siguiente, ella, la madre compasiva y generosa habría de volver a regar los valles de mi olvido, y en las islas de mis sombras habría charquitos luminosos de salitre que jamás reflejarían mi rostro. Yo tenía la certeza de que las cosas que olvidaba, al amanecer regresarían a mí, entonces qué importaba olvidar un poco al dormir. Pero tu no regresaste al alba, como la brisa que nos trae el polen del amaranto, como el mar que siempre me lanza sus olas. Tú te has ido de mi vida y sin ti de qué me sirven los amplios caminos de la libertad, qué me importan los juegos milenarios. Antes volando a tu lado todo era grandioso, ahora nada me colma, ni complace. Ya he probado deslizarme por las lianas de la ayahuasca a las cuevas interiores de mi ser, he peleado con los bucaneros más temidos, amenacé al mismo rey de los caníbales y combatí en duelo sangriento a tres cocodrilos hambrientos por un largo ayuno. Nada me ayuda a que me olvide de tu presencia saltarina, añoro ese tacto sutil de tu aterciopelada textura que suavemente se pegaba a mis pies, a mis codos y a mis manos, como una capa de tela de araña.
Cómo te he buscado, no te imaginas, hasta perder el aliento en los pantanos he gritado tu nombre. En el interior de los tuquis de los indios, metido entre humo negro de las hogueras rituales, hasta quedar ronco, sólo me queda esta anacrónica forma de comunicación. Te mandaré esta carta con la esperanza de que tal vez la leas, por si estás al otro lado del mundo donde moran los efímeros humanos, los ordinarios poseedores de sombras. Deseo que me perdones, porque en todos estos años, no he sabido como llamarte de otra manera que no sea esta, sombra mía.

Tuyo siempre

Peter Pan

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